Foto de Fernando Medrano
Poesía elemental. Prólogo
Soy consciente de que la poesía es un plato exquisito
que, sin embargo, casi nadie quiere ingerir. Es algo así como los documentales
de la 2: todo el mundo dice que son muy buenos, pero, si hacemos bien las
cuentas, tendremos que concluir que solo los ven unos pocos.
Y, la verdad, hay que admitir que la poesía no está
entre las prioridades del Homo “mercantilensis”, que es algo así como la
degeneración lenta y segura del llamado Homo
sapiens. También es verdad que entre las enseñanzas que recibimos a lo
largo de nuestras tiernas edades no está precisamente la poesía, o lo está con
ese estigma de hermana menor de la familia literaria que conlleva el sambenito
siguiente: es inútil, pero hay que sacarla adelante. ¿Cómo en un acto de
misericordia?
Ha habido excepciones, naturalmente. Por ejemplo,
en el colegio donde yo estudié, la literatura y la música estaban en el ideario
general y tenían el apoyo ferviente de todos sus profesores que, además de ser
jóvenes, eran proactivos y habían hecho votos por la causa. De hecho, mi
afición a la literatura se remonta precisamente a esos años de niñez,
adolescencia y colegio.
Pero bien se puede decir que las musas no han llevado
a la poesía por caminos de fácil andadura para el público en general. Al
contrario, la han llevado por vericuetos de tránsito escabroso y difícil hacia
una especie de coto cerrado al que nadie puede acceder, salvo las élites, si es
que hay élites en este pequeño huerto, que no lo sé, tal vez se trata
simplemente de flores autocomplacientes y arrinconadas. En realidad, las
personas corrientes ni quieren ni pueden acercarse a esos parajes aislados,
elevados, puros, idílicos y fríos, siendo esta una consecuencia lógica y
desgraciada de lo dicho con anterioridad. En este sentido, digamos que han sido
los propios poetas los que, con su actitud ensimismada, vanidosa, displicente e
incluso egoísta e irresponsable, han acabado echando a los lectores y dejando
en la sociedad un elocuente analfabetismo lírico y un preocupante desamparo
espiritual. O, dicho de otra forma, un campo realmente mustio y desangelado.
Y yo, que siempre he lamentado la exclusión, ya sea
total o parcial, de determinadas enseñanzas de nuestro sistema educativo
(griego, latín, filosofía, poesía, música), abogo abiertamente por la vuelta de
algunas. Pero no con la vitola de asignaturas más o menos decorativas, sino con
la importancia efectiva de un bien esencial, un bien para ensanchar el
espíritu, del que nos han ido apartando nuestros dirigentes sin disimulos ni
cargos de conciencia. Tampoco pido la luna. En realidad solo estoy abogando por
volver a una enseñanza más humanista y, desde luego, mucho más comprensible y
más humanizada.
Los poemas que dejo a continuación pueden ser
calificados como cada cual estime oportuno. Lo que no podrá decirse de ellos es
que sean incomprensibles para el común de los mortales, incluyendo aquí a los niños que, por imperativos de la vida,
se aproximan a la adolescencia en los confines de la Enseñanza Primaria. Yo
diría que son más bien el contrapunto de otros poemas que, durante mucho
tiempo, se han ofrecido como lectura obligatoria a estudiantes que aún no
estaban preparados para entenderlos y mucho menos para analizarlos
académicamente. Me refiero a poemas como el Cantar
del mío Cid o similares, que requieren sin duda una formación adecuada para
ser contextualizados, asimilados y comprendidos. Al carecer de ese importante
requisito, es lógico que provocaran en los estudiantes un rechazo efectivo que,
en algunos casos, pudo llegar a ser una lacerante y ominosa tortura.
Mariano Estrada
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