lunes, 28 de enero de 2019

Poesía elemental. Prólogo


Foto de Fernando Medrano


Poesía elemental. Prólogo

Soy consciente de que la poesía es un plato exquisito que, sin embargo, casi nadie quiere ingerir. Es algo así como los documentales de la 2: todo el mundo dice que son muy buenos, pero, si hacemos bien las cuentas, tendremos que concluir que solo los ven unos pocos.

Y, la verdad, hay que admitir que la poesía no está entre las prioridades del Homomercantilensis”, que es algo así como la degeneración lenta y segura del llamado Homo sapiens. También es verdad que entre las enseñanzas que recibimos a lo largo de nuestras tiernas edades no está precisamente la poesía, o lo está con ese estigma de hermana menor de la familia literaria que conlleva el sambenito siguiente: es inútil, pero hay que sacarla adelante. ¿Cómo en un acto de misericordia?

Ha habido excepciones, naturalmente. Por ejemplo, en el colegio donde yo estudié, la literatura y la música estaban en el ideario general y tenían el apoyo ferviente de todos sus profesores que, además de ser jóvenes, eran proactivos y habían hecho votos por la causa. De hecho, mi afición a la literatura se remonta precisamente a esos años de niñez, adolescencia y colegio.

Pero bien se puede decir que las musas no han llevado a la poesía por caminos de fácil andadura para el público en general. Al contrario, la han llevado por vericuetos de tránsito escabroso y difícil hacia una especie de coto cerrado al que nadie puede acceder, salvo las élites, si es que hay élites en este pequeño huerto, que no lo sé, tal vez se trata simplemente de flores autocomplacientes y arrinconadas. En realidad, las personas corrientes ni quieren ni pueden acercarse a esos parajes aislados, elevados, puros, idílicos y fríos, siendo esta una consecuencia lógica y desgraciada de lo dicho con anterioridad. En este sentido, digamos que han sido los propios poetas los que, con su actitud ensimismada, vanidosa, displicente e incluso egoísta e irresponsable, han acabado echando a los lectores y dejando en la sociedad un elocuente analfabetismo lírico y un preocupante desamparo espiritual. O, dicho de otra forma, un campo realmente mustio y desangelado.

Y yo, que siempre he lamentado la exclusión, ya sea total o parcial, de determinadas enseñanzas de nuestro sistema educativo (griego, latín, filosofía, poesía, música), abogo abiertamente por la vuelta de algunas. Pero no con la vitola de asignaturas más o menos decorativas, sino con la importancia efectiva de un bien esencial, un bien para ensanchar el espíritu, del que nos han ido apartando nuestros dirigentes sin disimulos ni cargos de conciencia. Tampoco pido la luna. En realidad solo estoy abogando por volver a una enseñanza más humanista y, desde luego, mucho más comprensible y más humanizada.

Los poemas que dejo a continuación pueden ser calificados como cada cual estime oportuno. Lo que no podrá decirse de ellos es que sean incomprensibles para el común de los mortales, incluyendo aquí a los niños que, por imperativos de la vida, se aproximan a la adolescencia en los confines de la Enseñanza Primaria. Yo diría que son más bien el contrapunto de otros poemas que, durante mucho tiempo, se han ofrecido como lectura obligatoria a estudiantes que aún no estaban preparados para entenderlos y mucho menos para analizarlos académicamente. Me refiero a poemas como el Cantar del mío Cid o similares, que requieren sin duda una formación adecuada para ser contextualizados, asimilados y comprendidos. Al carecer de ese importante requisito, es lógico que provocaran en los estudiantes un rechazo efectivo que, en algunos casos, pudo llegar a ser una lacerante y ominosa tortura.

Mariano Estrada

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